El lenguaje del sueño

El lenguaje del sueño no está en las palabras, sino bajo ellas. En él las palabras son productos accidentales del sentido,

el cual se encuentra en la continuidad sin palabras de un flujo. El sentido se esconde dentro del lenguaje de los sueños a

la manera en que lo hace una figura dentro de un dibujo misterioso. Es incluso posible que el origen de los dibujos

misteriosos se encuentre en esa dirección: en calidad de estenograma onírico.

[OC II/2, 209; 1916/17]

CERCANÍA Y LEJANÍA

Éstas dos relaciones, que podría determinar al igual que otras espaciales (arriba y abajo, derecha e izquierda, etc.) son la

constitución y la vida del cuerpo. Pero aparecen muy especialmente en la vida del eros y la sexualidad. La vida del eros es

activada por la lejanía. Por otra parte, existe un parentesco entre sexualidad y cercanía. Sobre la lejanía, habría que

considerar las investigaciones de Klages respecto a los sueños. Aún menos conocido que el efecto de la lejanía en las

relaciones corporales es el de la cercanía. Los fenómenos relacionados con tal efecto muy posiblemente fueron reprobados

arrumbados hace ya milenios. […]

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ALGUNOS SUEÑOS ( 1929-1939 )

DEMASIADO CERCA

Me encuentro en un sueño, en la orilla izquierda del río Sena, ante Notre-Dame. Yo estaba ahí, pero en realidad no había

nada que se pareciera a Notre-Dame. Un macizo edificio de ladrillo sobresalía un poco encima de un alto revestimiento

de madera. Pero yo me encontraba subyugado, pues me subyugaba la nostalgia. La intensa nostalgia de París, donde me

encontraba en ese sueño. Pero, entonces, ¿a qué se podía deber esa nostalgia? ¿De dónde procedía pues su objeto,

desfigurado e irreconocible? Lo que pasaba era que en el sueño me había acercado demasiado al objeto que me

provocaba mi nostalgia, no era la que entra desde lejos a través de la imagen. Era sin duda la feliz nostalgia que ya ha

atravesado por entero el umbral de la imagen y de la posesión, y ya sólo conoce la fuerza del nombre a partir de la cual

vive lo amado, y cambia, rejuvenece y envejece, y, carente de imagen por completo, es refugio de todas las imágenes.

[OC IV/1, 370; Sombras breves, 1929]

La luna

Noche de luna de Welti

La tierra rompió, en una extensa ola que parecía surgir de una era primigenia, contra esta ventana. Y la cresta subía

a ese caballero hasta la dama, como pudieron ascender en el pasado sobre crestas de olas las sirenas hasta Odiseo.

Cierto que aquel mar era extraño a los griegos. Pero la tierra que aquí iba elevando al caballero hasta la ventana era tal

vez del mismo material que la dama durmiente, que así se convirtió en un cadáver, en la forma [¿] lejana e imprecisa.

Mas lo que en aquel claro se veía, ¿era la tierra, cuyo satélite es la luna? ¿No había el disco lunar cambiado el orden de la

naturaleza, de manera que la tierra se había convertido ahora en un satélite de la luna, en compañera suya, en la que

ahora el orden de los días estaba invertido, la mujer mandaba, la tierra era el mar y el sueño la muerte?

El vaso de agua

Y de nuevo apareció el rayo de luna cual varita de mago que invierte el orden de la naturaleza. Y ese eco que ahora

llegaba hasta mí cuanto más atento lo escuchaba, ahí, en mi interior, tanto más parecía un viejo sonido, escuchado

ya hacía mucho tiempo. El pasado parecía ya tener ocupados todos los lugares de esa tierra satélite, y así no pude

acercarme hasta mi cama sin la angustiosa preocupación de que, cuando fuera a subirme a ella, me encontrara a mí

mismo allí acostado. La preocupación tan sólo se me fue cuando sentí la espalda en el colchón.

 La luna

Mi primer movimiento sería luego de acercarme al fin a la ventana. Miré a través de las rendijas de la persiana los

edificios traseros. Pero algunas veces mi mirada llegaba más arriba. Y entonces podía suceder que, mirando al cielo,

la luna entrase en mi campo de visión destacándose luminosa sobre el firmamento. Nunca por mucho tiempo, pues

siempre me parecía aconsejable apartar con rapidez mi vista de ella.

En la oscuridad

La luna se desplazaba lentamente; a veces había abandonado mi habitación antes de que volviera yo a dormirme.

Luego fue una pregunta la que se deslizó en la oscuridad; pero hoy creo que era la otra cara, una cara sombría, del

miedo que me daba la luz de la luna. Más la pregunta era: ¿por qué hay algo en el mundo, por qué existe el mundo?

Con renovado asombro noté que nada podía ahora obligarme a pensar el mundo. El mundo habría podido no existir.

Tal no existencia no era para mí contraria o más extraña que este existir, de cuya escena para mí más familiar

un rayo de luna conseguía extrañarme.

El sueño

Así estaba cautivo de las noches de luna que las rendijas de mi persiana reflejaban en la colcha de mi cama. Pero, una

vez, la luna se me presentó por encima de la fachada de la casa. La infancia hacía tiempo que había quedado atrás

cuando hubimos de medirnos -frente a frente. Y al final se produjo el gran encuentro. 

Pero, una vez, la luna se me presentó por encima de la fachada de la casa. La infancia hacía tiempo se había quedado 

atrás. Pero nunca, antes ni después, se me mostró, junto con la luna tan claramente la imagen de los míos. Y, en ese 

sueño, me veía a mí mismo en medio de ellos. Solamente mi hermana estaba ausente. «¿Dónde está Dora?», decía 

mi madre. Pues la luna llena que había estado en el cielo, de pronto se había hecho cada vez más grande, y al acercarse

más y más despedazó la tierra por completo. La barandilla del balcón de hierro en el que todos estábamos sentados se

hizo pedazos, y los cuerpos que lo habían habitado se desintegraron con rapidez en sus partículas.

Cuando desperté en medio de la oscuridad de la noche, el mundo no era más que una muda y única pregunta. Puede que

esa pregunta, sin que lo sospechara por entonces, residiera en los pliegues de la cortina  de felpa que colgaba delante de

mi puerta para absorber ruidos. Puede también que su origen fuese sólo un reflejo que se veía en las bolas de latón en

que terminaban las patas de mi cama. Y tal vez sólo fuese el residuo de un sueño que se solidificó al despertar.

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Sueños (Träume), Walter Benjamin, ABADA Editores. 

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