Una muchacha ante el mar

El mar de J

James Joyce (Dublín 1882-Zurich 1941) Desarrolló toda su obra basándose siempre en el mismo motivo -su ciudad natal, que abandonó definitivamente en 1904-, pero lanzado a una profunda investigación sobre el propio arte de escribir; que le lleva ría a ser uno de los máximos renovadores de la literatura. Al principio, se distinguían en su trabajo dos líneas: una presentación, algo agresiva e irónica, de su propia juvenil persona -en la abandonada Stephen el Héroe-; por otro lado, una entrega a la observación y al placer del lenguaje -los nítidos relatos de Dublineses-. Esas dos líneas se funden en una en su Retrato del artista adolescente, donde destaca el recuerdo de su educación con los jesuitas, a los que agradeció la posibilidad de llegar a universitario, pero abandonando el cristianismo -inicialmente con rebeldía: luego con aprovechamiento de todo su caudal de términos teológicos y litúrgicos para sus juegos verbales-. Desde 1904, Joyce dejó Dublín, con su paciente Nora Barnacle, criada de hotel, junto a la cual encontró empleo enseñando inglés en la entonces austrohúngara Trieste. En 1914, la guerra les llevó a la neutral Zurich, donde Joyce llegó ya con el arranque de su obra máxima, Ulises, que terminó y publicó en 1922 (en París, porque la censura moralista la prohibió en Inglaterra y Estados Unidos). Y es que el destape de la corriente verbal interior en sus personajes, con sus tonterías e indecencias mentales, resultaba demasiado cínico para la tradicional hipocresía puritana. Pronto se convirtió Joyce en un mito que fascinó a las minorías de la vanguardia literaria mundial: así consagrado, emprendió otra magna obra todavía más audaz, Finnegans Wake, en un ambiguo y fantasioso ambiente de sueño, con entrega absoluta a los juegos de palabras, a los chistes que ya en Ulises se multiplicaban peligrosamente. Con ello, Joyce llegó al extremo total en la experimentación literaria: en ese sentido, tal vez podría parecer poco humano, y ello lo agravaría su falta de patriotismo irlandés, pero leyéndole despacio se percibe la honda emoción que anima el conjunto de su obra.


Una muchacha ante el mar

Una muchacha estaba ante él, en medio de la corriente, mirando sola y tranquila mar afuera. Parecía que un arte mágico le diera la apariencia de un ave de mar bella y extraña. Sus piernas, desnudas y largas, eran esbeltas como las de una grulla y sin mancha, salvo allí donde el rastro esmeralda de un alga de mar se había quedado prendido como un signo sobre la carne. Los muslos, más llenos y de suaves matices de marfil, estaban desnudos casi hasta la cadera, donde las puntillas blancas de los calzones fingían un juego de plumaje suave y blanco. La falda, de un azul pizarra, la llevaba despreocupadamente recogida hasta la cintura y por detrás colgaba como la cola de una paloma. Su pecho era como el de un ave, liso y delicado, delicado y liso como el de una paloma de plumaje oscuro. Pero el largo cabello rubio era el de una niña; y de niña, y sellado con el prodigio de la belleza mortal, su rostro.

Estaba sola e inmóvil mirando mar adentro, y cuando sintió la presencia y la adoración de los ojos de Stephen, los suyos se volvieron hacia él, soportando tranquilamente aquella mirada, ni vergonzosos ni provocativos. Estuvo así largo tiempo, largo tiempo, largo tiempo, y luego, imperturbable, retiró sus ojos de los de él y, dirigiéndolos hacia la corriente, se puso a menear despacito el agua, acá y allá con los pies. El primer rumor del agua dulcemente removida rompió el silencio, suave, tenue, susurrante, tenue como las campanas de un ensueño. Acá y allá, acá y allá. Y una llamita imperceptible temblaba en las mejillas de la muchacha.

—¡Dios del cielo! —exclamó el alma de Stephen en un estallido de pagana alegría. Se apartó súbitamente de ella y echó a andar playa adelante. Tenía las mejillas encendidas; el cuerpo, como una brasa; le temblaban los miembros. Y avanzó adelante, adelante, playa afuera, cantándole un canto salvaje al mar, voceando para saludar el advenimiento de la vida, cuyo llamamiento acababa de recibir.

Mi ciudad es el centro del mundo, porque el centro del mundo está en cualquier parte

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