Los perros románticos

Roberto Bolaño Ávalos nació en Santiago el 28 de abril de 1953, hijo de León Bolaño, transportista, y de Victoria Ávalos, profesora. Pasó su infancia en Viña del Mar, donde cursó sus primeros estudios, en Quilpué y en Cauquenes. En Quilpué realizó a los diez años su primer trabajo como boletero en una línea de autobuses que cubría el trayecto Quilpué-Valparaíso.

Roberto Bolaño dentro de las palabras que van saliendo de este poema, en el  cenicero de un bar, en una camisa y unos pantalones tendidos de un cordel de un vecindario de Montevideo, en la ola que rompe, en la música que entra por nuestros pulmones y sale para entrar en los pulmones de los demás; es las luces de Los Angeles vistas desde un avión,  es el caño de agua interminable, es una paloma que caga sobre una estatua, es la hoja seca que cae de los árboles rojos y que el viento arrastra con otras más y es el alba difusa entre los rascacielos, el smog del D.F. y las luces encendidas de un apartamento donde un hombre golpea a una mujer, la sangre y el agua que corre por los desagües, la eternidad de la luz en el polvo, la luz del sol que te busca por calles y calles y todas las calles del planeta y de repente te toca el hombro y tú te volteas un segundo y lo sientes.

Frank Báez

En 1968 la familia se trasladó a Ciudad de México, donde Roberto pasó su adolescencia concentrado en la lectura, encerrado durante horas en la biblioteca pública. Pronto decidió que quería ser escritor y empezó a trabajar como articulista en diferentes medios. Al cumplir los veinte años quiso regresar a Chile. Corrían los días previos al golpe de estado y Bolaño se incorporó a la resistencia, pero fue arrestado. Tras ocho días en la cárcel (fue liberado gracias a la intercesión de dos detectives que resultaron ser ex compañeros de colegio), decidió volver a México y dedicarse de lleno a la literatura.

El aroma del Café La Habana, da vuelta a la cuadra y envuelve en su manto marino. Imposible olerlo y no asociarlo con el solaz de la escritura; con «esos vasos de vidrio grueso que nunca he vuelto a ver en un establecimiento público.

Roberto Bolaño — Putas Asesinas (Anagrama, 2001)

En México fundó, junto con un grupo de poetas mexicanos, un movimiento de vanguardia denominado infrarrealismo, y en 1975 vio finalmente publicados sus primeros trabajos, reunidos en la antología poética Poetas infrarrealistas mexicanos. Sin embargo, “hastiado de lo literario”, abandonó México y partió primero para El Salvador, donde conoció al poeta Roque Dalton, y posteriormente a Europa. Tras viajar por varios países europeos y por el continente africano, finalmente decidió establecerse en España.

En 1993 los médicos le diagnosticaron una grave enfermedad hepática. A partir de entonces Bolaño se obsesionó con dejar un legado literario de importancia y se dedicó aún con mayor ahínco a la escritura y multiplicó sus publicaciones. Ese mismo año vieron la luz Los perros románticos, un recopilatorio de la obra poética creada entre 1977 y 1990, y la novela La pista de hielo. En 1996 presentó La literatura nazi en América y Estrella distante, y en 1997 la compilación de cuentos Llamadas telefónicas, que le valió el premio Municipal de Santiago de Chile, el más importante en su país.

Los libros son finitos, los encuentros sexuales son finitos, pero el deseo de leer y de follar es infinito, sobrepasa nuestra propia muerte, nuestros miedos, nuestras esperanzas de paz”.

Nicanor Parra.

LOS PERROS ROMÁNTICOS

En aquel tiempo yo tenía veinte años

y estaba loco.

Había perdido un país

pero había ganado un sueño.

Y si tenía ese sueño

lo demás no importaba.

Ni trabajar ni rezar

ni estudiar en la madrugada

junto a los perros románticos.

Y el sueño vivía en el vacío de mi espíritu.

Una habitación de madera,

en penumbras,

en uno de los pulmones del trópico.

Y a veces me volvía dentro de mí

y visitaba el sueño: estatua eternizada

en pensamientos líquidos,

un gusano blanco retorciéndose

en el amor.

Un amor desbocado.

Un sueño dentro de otro sueño.

Y la pesadilla me decía: crecerás.

Dejarás atrás las imágenes del dolor y del laberinto

y olvidarás.

Pero en aquel tiempo crecer hubiera sido un crimen.

Estoy aquí, dije, con los perros románticos

y aquí me voy a quedar. 

AUTORRETRATO A LOS VEINTE AÑOS 

Me dejé ir,  lo tomé en marcha y no supe nunca

hacia dónde hubiera podido llevarme. Iba lleno de miedo,

se me aflojó el estómago y me zumbaba la cabeza:

yo creo que era el aire frío de los muertos.

No sé. Me dejé ir, pensé que era una pena

acabar tan pronto, pero por otra parte

escuché aquella llamada misteriosa y convincente.

O la escuchas o no la escuchas, y yo la escuché

y casi me eché a llorar: un sonido terrible,

nacido en el aire y en el mar.

Un escudo y una espada. Entonces,

pese al miedo, me dejé ir, puse mi mejilla

junto a la mejilla de la muerte.

Y me fue imposible cerrar los ojos y no ver

aquel espectáculo extraño, lento y extraño,

aunque empotrado en una realidad velocísima:

miles de muchachos como yo, lampiños

o barbudos, pero latinoamericanos todos,

juntando sus mejillas con la muerte. 

 ∞

ENTRE LAS MOSCAS 

Poetas troyanos

ya nada de lo que podía ser vuestro

existe.

Ni templos ni jardines

ni poesía. 

Sois libres

admirables poetas troyanos. 

LUPE

Trabajaba en la Guerrero, a pocas calles de la casa de Julián
y tenía 17 años y había perdido un hijo.
El recuerdo la hacía llorar en aquel cuarto del hotel Trébol,
espacioso y oscuro, con baño y bidet, el sitio ideal
para vivir durante algunos años. El sitio ideal para escribir
un libro de memorias apócrifas o un ramillete
de poemas de terror. Lupe
era delgada y tenía las piernas largas y manchadas
como los leopardos.
La primera vez ni siquiera tuve una erección;
tampoco esperaba tener una erección. Lupe habló de su vida
y de lo que para ella era la felicidad.
Al cabo de una semana nos volvimos a ver. La encontré
en una esquina junto a otras putitas adolescentes,
apoyada en los guardabarros de un viajo Cadillac.
Creo que nos alegramos de vernos. A partir de entonces
Lupe empezó a contarme cosas de su vida, a veces llorando,
a veces cogiendo, casi siempre desnudos en la cama,
mirando el cielorraso tomados de la mano.
Su hijo nació enfermo y Lupe le prometió a la Virgen
que dejaría el oficio si su bebé se curaba.
Mantuvo la promesa un mes o dos y luego tuvo que volver.
Poco después su hijo murió y Lupe decía que la culpa
era suya por no cumplir con la Virgen.
La Virgen se llevó al angelito por una promesa no sostenida.
Yo no sabía qué decirle.
Me gustaban los niños, seguro,
pero aún faltaban muchos años para que supiera
lo que era tener un hijo.
Así que me quedaba callado y pensaba en lo extraño
que resultaba el silencio de ese hotel.
O tenía las paredes muy gruesas o éramos los únicos ocupantes
o los demás no abrían la boca ni para gemir.
Era tan fácil manejar a Lupe y sentirte hombre
y sentirte desgraciado. Era fácil acompasarla
a tu ritmo y era fácil escucharla referir
las últimas películas de terror que había visto
en el cine Bucareli.
Sus piernas de leopardo se anudaban en mi cintura
y hundía su cabeza en mi pecho buscando mis pezones
o el latido de mi corazón.
Eso es lo que quiero chuparte, me dijo una noche.
¿Qué, Lupe? El corazón.

Los perros románticos: Poemas 1980-1998

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