Gerardo Deniz, pseudónimo de Juan Almela Castell (Madrid, 1934-Ciudad de México, 2014). Hijo de Juan Almela Meliá, uno de los fundadores del Partido Socialista en España junto con Pablo Iglesias, de quien fue hijo adoptivo. Sus padres, al ser perseguidos por el régimen de Francisco Franco a la caída de la Segunda República Española, se exiliaron en México, llegados durante el verano de 1942 directamente desde Suiza, donde el futuro químico y poeta pasó parte de los primeros años de su infancia. Alternó su vocación por la química con sus oficios de traductor y editor. Políglota, filólogo, amante de la ciencia, melómano, lector, ailurófilo, caminante de la Ciudad de México: un gozoso de los placeres de la vida y amador polímata del siglo XX que muy socarronamente decía de sí mismo que no era “poeta”, ironizando acerca de las consideraciones de cierto crítico mexicano que hace muchos años afirmó, pruebas en mano, que ni él ni Coral Bracho, Eduardo Milán y David Huerta eran poetas sino algo así como desacreditadores del lenguaje poético, puro artificio. Lo que sí es cierto es que Deniz, además de haber dejado memorables traducciones de varias ramas del conocimiento, tal como las obras de Georges Dumézil, Roman Jakobson y Claude Lévi-Strauss, es uno de los mayores poetas en lengua española. Su obra poética es un insuperable portento del lenguaje y del pensamiento; impregnada de una sensibilidad que brinda exquisiteces eruditas, amorosas, eróticas como ninguna, aun jocosas, pero frontal, de una refinada ironía sin concesiones a la neocursilería, a la mediocridad, a los fariseísmos ni a ningún tipo de impostura.
Quien conoce a Gerardo Deniz no vuelve a ser el mismo.
Mónica de la Torre
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Parsi
Me asemejo a Zoroastro
en mi afición a las gathas,
y a las gathitas ni se diga.
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Orden
Silencio histórico ahora,
que está peyendo el crucero Aurora.
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Provisionales
La última pincelada
me hace pensar
en el último beso.
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Puta
(excesivamente largo)
Oh tú, cuyo nombre de pila olvido
—señal de que era ficticio—,
diez pesos por cafeconleche exhibido,
adolescente, hurí (Hure menuda),
eran una desmesura,
en tanto que, completa, eras regia ganga:
te olí entre mis dedos tres horas
después del pago
(decían que era buena señal
de haber sido el primero del día),
soñando con tu cresta mágica
—ni rectrices ni rémiges: nepeta pura—
y comprendiendo que sólo te había rendido
media virginidad mía,
traté de imaginar
al quesero o sargento que te inauguraría,
sin advertir que era, con ello mismo,
“el más feliz de los hombres”, como debe decirse.
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Sexo
Es una triste verdad que con los años
las versales se encogen y se vuelven
versalitas cursivas que, sabidamente, escasean
en la tipografía chapada a la antigua.
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Semifusas, México,Taller Ditoria, 2004.
Dibujo de cabecera (y de interiores del libro): Roberto Rébora
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