BUMA, FLORA, BLIMELE, BUMA, ALEJANDRA Y SASHA todas ellas PIZARNIK. Alejandra Pizarnik nace como Flora Pizarnik en Buenos Aires en 1936. Sabemos por documentos que sus padres fueron emigrantes rusos, de ascendencia judía, y que vivieron en la parte sur de Buenos Aires, en un barrio de burguesía media. El desarraigo de Pizarnik, provocado por esta falta especial de raíces nacionales y locales, se relaciona con el sentimiento de exilio que recorre sus poemas y que no la abandonó jamás. La infancia de Alejandra Pizarnik podemos imaginarla como triste. Recreada en sus poemas y en sus cuentos, surge como una época solitaria, con la imagen de una niña introvertida, y llena ya de fantasías y terrores.
Hacia el final de su vida, Pizarnik declara que su ideal sería hacer poesía con cada minuto de su diario vivir:
Ojalá pudiera vivir solamente en éxtasis, haciendo el cuerpo del poema con mi cuerpo, rescatando cada frase con mis días y con mis semanas, infundiéndole al poema mi soplo a medida que cada letra de cada palabra haya sido sacrificada en las ceremonias del vivir.
La poesía era para ella “Un destino, no una carrera”. Es la misma idea de Octavio Paz y otros surrealistas, cuando afirma en Las Peras del Olmo: “El arte no es un espejo en el que nos contemplamos, sino un destino en el que nos realizamos”.
En el año 1954 ingresa en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires, y un año más tarde publica su primer libro de poesías, «La tierra más ajena». Más tarde rechazará este libro y preferirá olvidarlo. Pero interesa el epígrafe que lleva de Rimbaud, que ya muestra la influencia de este autor en su poesía, y también el sentimiento de melancolía y de finitud, Ese año abandona la carrera de Letras y comienza a estudiar pintura, con Juan Battle Planas, quien contribuyó a la evolución de sus conceptos sobre poesía, y a su modo tratar la distribución del texto sobre la página en blanco, como una forma, un dibujo.
En 1956, publica «La última inocencia» dedicado a León Ostrov, su analista de muchos años y de quién, según testimonios, estuvo enamorada. La temática de desesperación del libro está constantemente presente. En 1958 publica «Las aventuras perdidas», que lleva una ilustración de Paul Klee, quien fue con Hyeronimus Bosch su pintor favorito: Muestra a una muchacha con una pluma de pavo real en las manos, en un paso de baile.
Por esta época inicia su amistad con Olga Orozco, que durará hasta su muerte. A ella dedica su poema “Tiempo” del mismo libro. Otro poema, “Exilio”, está dedicado al poeta Raúl Gustavo Aguirre. En este libro ya aparece explícitamente una temática que desarrollará más tarde hasta la exasperación: la noche como realización y la luz como negación de vida.
Su mundo es generalmente amargo. Una vida definida como un dolor vehemente, una absoluta desesperación.
Para Olga Orozco, su pesimismo de esos años tiene que ver con sus fracasos amorosos, y la muerte del poeta colombiano Jorge Gaitán Durán, por quien sintió un enamoramiento profundo.
Es en París (1960 – 1964) donde conoce a Octavio Paz y a Julio Cortázar, amistades que continúa hasta su muerte. Es interesante que Pizarnik repita —dentro de su generación— la misma vivencia que tuvieron tantos poetas de generaciones anteriores —su viaje a París como Meca, como centro de cultura, como experiencia necesaria y fundamental a su carrera. Es el caso de Vicente Huidobro, de Oliverio Girondo, del mismo Julio Cortázar. En París desarrolla una actividad múltiple: es redactora de la revista Cuadernos del congreso por la libertad de la cultura, pertenece al comité de colaboradores extranjeros de Les Lettres Nouvelles, y conoce a escritores de la importancia de Yves Bonnefoy, André Pieyre de Mandiargues y Henri Michaux. Su pasión por París durará hasta su muerte.
En «Árbol de Diana» (1962) aparecen poemas dedicados a Laure Bataillon, hija de Marcel y excelente traductora, Ester Singer, y Enrique Molina. Este último poeta, escribirá una reseña a este libro, que aparece publicada en Cuadernos de congreso por la libertad de la cultura (No. 9, París). No sólo está en constante contacto con la intelectualidad francesa; también publica en SUR varios poemas durante 1963. Y colabora en otras revistas durante esta década: Nouvelle Revue Française, Tiempo presente, Mito, Zona franca, Mundo nuevo, Papeles de Son Armandans.
En el año 1965 regresa a Buenos Aires y aparece un nuevo libro, «Los trabajos y las noches». Con esta obra obtiene el Primer Premio Municipal. Corresponde a su época de plenitud, y son poemas escritos, en su mayoría, en París. Tanto en Árbol de Diana»como en Los trabajos y las nochesƒ hay poemas de esperanza, de certeza, como el poema 27 de Árbol de Diana: “Un golpe de alba en las flores / me abandona ebria de nada y de luz lila / ebria de inmovilidad y de certeza”. El libro está recorrido por una luminosidad que no volverá a lograr nunca más. Encontramos palabras que crean campos semánticos que aluden a la luz: alba, paraíso, llama, estrella, iluminada, son frecuentes, y nos transmiten un resplandor particular.
En «Los trabajos y las noches» ya hay desesperanza; son poemas de gran intensidad, y de gran rigor. Con este libro obtiene el premio Fondo Nacional de las Artes, y el Primer Premio de la Municipalidad de Buenos Aires. En “Cuarto solo” aparece nuevamente el tema de las fisuras, las desgarraduras, formando rostros, manos, clepsidras. Es el inicio de sus obsesiones y delirios, pero no se harán evidentes hasta la última etapa de su obra. El exilio, la alienación que comienza a sentir cada vez con mayor frecuencia, aparece en un poema de este volumen:
Los que llegan no me encuentran,
los que espero no existen.
Sus tendencias obsesivas se agudizan hacia el final de su vida. Sobreviene una etapa de marcada melancolía, y la sombra de la locura desquició sus últimos años. Aparecen entonces sus libros: «Extracción de la piedra de locura» (1968), y «El infierno musical» (1971). Ya todas, o casi todas las imágenes de estos libros son de desgarramiento y de alienación. Es un período de intensa depresión. En el poema “En la otra Madrugada” dice “Escucho grises, densas voces en el antiguo lugar del corazón”. Es en el año 1970 cuando sufre su primer gran depresión y casi no publica. En «El infierno musical» ya hay imágenes de principio de locura: “Risas en el interior de las paredes”. También en este volumen, en un poema titulado “En un ejemplar de Les Chants de Maldoror” aparece explícita la idea del suicidio: “triste como sí misma / hermosa como el suicidio” El suicidio está descrito en su obra con placer, como si el suicidio —el no ser— fuese un triunfo. El tono de El infierno musical —infierno de la palabra— es de profundo pesimismo y sumamente inquietante. Se hace evidente la disociación de la personalidad de Pizarnik, las múltiples personalidades y las diferentes voces que la atormentan: “Ya no puedo hablar con mi voz, sino con mis voces”. Este volumen termina en un tono de desesperanza, en una serie de preguntas ansiosas y desesperadas:
Cuándo dejaremos de huir? Cuándo ocurrirá todo esto? Dónde? Cómo? Cuánto? Por qué? Para quién?
Sabemos por testimonios privados que solía escuchar música de rock, puesta a todo volumen, durante horas enteras, y que se apasionó por Janis Joplin, la cantante de rock americana que se suicida en 1970, y a quien dedica un poema, que se publica en «Zona franca», y que luego incorpora a su libro.
Ya en 1962, había escrito en su “Diario íntimo” publicado en Mito, “El misterio más grande de mi vida: ¿Por qué no me suicido? Es en vano alegar mi pereza, mi miedo, mi futilidad. Quizás debido a esto, todas las noches me parece haber olvidado algo”. La obsesión central de Pizarnik fue el problema del lenguaje.
Creo que la única morada posible para el poeta es la palabra.
Pizarnik se refiere a su lucha “cuerpo a cuerpo” con el poema, como si uno y otro fueran una misma cosa que debiera fundirse para alcanzar sentido y trascendencia: transformar la vida misma en poesía. Su amada frase de Rimbaud: “La rebelión es mirar una rosa hasta pulverizarse los ojos” expresa esa fusión donde ya no hay diferencias entre contemplador y contemplado.
Al final de su vida, la coherencia de su obra queda interrumpida y se reduce a un casi caos sintáctico, donde se rompen las secuencias lógicas y las estructuras del lenguaje. La pérdida de la palabra, de su paraíso particular, implica la desfunción de Pizarnik. Es su entrada en el silencio.
Su vida termina en un abandonarse inerte y regresivo. Se suicida a sus 36 años, el 25 de septiembre de 1972 con 50 pastillas de Seconal. En uno de sus más bellos hallazgos, expresa su andar hacia esa muerte, mitificada en “princesa”, uno de sus “dobles” que más amaba:
Camina silenciosa hacia la profundidad la hija de los reyes.
«A Mena por su mal cariño de Mar e inconstantes cambios climáticos»
Anoche tomé agua hasta las tres de la madrugada. Estaba un poco ebria y lloraba. Me pedía agua a mí como si yo fuera mi madre. Yo me daba de beber con asco.
Diciembre 21 de 1960. Paris. Diarios Pizarnik
Odio mi cara pues la miro a través de sus ojos. Esta cara no supo fascinarlo. Amo.
¿Qué se hace en este mundo cuando se ama así?Enero 9 de 1961, Paris. Diarios Pizarnik
Pequeños suicidios silenciosos. Extraño haber caído tan al fondo después de tantas precauciones. Se caminó toda la noche a tientas: no se lloró; no se gimió; ni siquiera se respiró todo lo que se necesitaba. Pero te descubrieron igual. Como si nada.
Julio 22 de 1962. Paris. Diarios Pizarnik
http://sololiteratura.com/piz/pizmiscelanea.htm
http://ojotraviesoii.blogspot.com/2008/07/diarios-de-alejandra-pizarnik.html
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